Alergia: la alergia es una reacción exagerada a una sustancia que
reconocemos como nociva. Desde luego, la actuación del sistema de defensas del
organismo está justificada cuando se trata de supervivencia. El sistema
inmunizador del cuerpo produce anticuerpos para combatir los antígenos*, con lo que proporciona una
defensa contra invasores hostiles, lo cual, fisiológicamente, es irreprochable.
En los alérgicos, esta defensa, en sí encomiable, se desorbita. El alérgico
construye un gran parapeto y constantemente alarga la lista de sus enemigos.
Cada vez son más numerosas las sustancias consideradas nocivas y, por lo tanto,
hay que fabricar más armas para mantener a raya a tantísimo enemigo. Ahora
bien, como en el terreno militar el armamento siempre denota agresividad, así
también la alergia es expresión de una actitud defensiva y agresiva que ha sido
reprimida y obligada a pasar al cuerpo. El alérgico tiene problemas de
agresividad que, en la mayoría de casos, no reconoce y, por lo tanto, no puede
asumir.
(Para evitar
malas interpretaciones, recordemos que al hablar de un aspecto psíquico
reprimido nos referimos al que no es conscientemente reconocido por el
individuo. Puede ser que la persona viva plenamente este aspecto sin reconocer
en sí mismo tal propiedad. Pero también, que la propiedad haya sido reprimida
de modo tan absoluto que la persona no la viva. Por lo tanto, la represión
puede existir tanto en un sujeto agresivo como en el más manso de los
mortales.)
En el alérgico, la agresividad es
trasladada de la conciencia al cuerpo y aquí se expansiona a placer con
ataques, defensas, forcejeos y victorias. Para que la diversión no termine por
falta de enemigos, se declara la guerra a las cosas más inofensivas: el polen
de las flores, el pelo de los gatos o de los caballos, el polvo, los artículos
de limpieza, el humo, las fresas, los perros o los tomates. La variedad es
ilimitada: el alérgico no respeta nada, es capaz de luchar contra todo y contra
todos, si bien, generalmente, da preferencia a ciertos elementos cargados de
simbolismo.
Es sabido que la agresividad casi siempre va ligada al
miedo. Sólo se combate lo que se teme. Si examinamos atentamente los alergenos** elegidos, en casi todos los
casos, descubriremos enseguida cuáles son los temas que atemorizan al alérgico
de tal modo que tiene que combatirlos encarnecidamente en el símbolo. En primer
lugar, está el pelo de los animales domésticos, especialmente el de los gatos.
Al pelo del gato (y a cualquier pelo) suelen asociarse las caricias y los
arrumacos: es fino, sedoso, blando, y, no obstante, «animal». Es un símbolo del amor y tiene una connotación sexual
(véanse los animales de felpa que los niños se llevan a la cama). Algo parecido
puede decirse de la piel del conejo. En el caballo está más acentuado el
componente sensual y, en el perro, el agresivo; pero las diferencias son
pequeñas, insignificantes, ya que un símbolo nunca tiene límites muy marcados.
El mismo tema es
representado por el polen de las flores, alergeno predilecto de los que sufren
la fiebre del heno. El polen es símbolo de fertilidad y procreación, y la «grávida» primavera es la estación en la
que los enfermos de fiebre del heno más «padecen».
Las pieles de los animales y el polen actuando como alergenos indican que los
temas de «amor», «sexualidad», «libido» y «fertilidad»
suscitan ansiedad y, por lo tanto, son activamente rechazados, es decir, no son
admitidos.
* Un antígeno es una
sustancia extraña, generalmente una proteína, que es capaz de estimular el
sistema inmunizador. (N. del T.)
** Alergeno es el antígeno de una
reacción alérgica. (Alergia = reactividad alterada por hipersensibilidad. (N. del T.)
Algo similar
ocurre con el miedo a la suciedad, la inmundicia, la impureza, que se
manifiesta en la alergia al polvo doméstico. (Recordar expresiones como: chiste
guarro, sacar los trapos sucios, llevar una vida limpia, etc.). El alérgico
trata de evitar con el mismo empeño los alergenos y las situaciones asociadas
con ellos, en lo cual le ayudan de buen grado una medicina comprensiva y el
entorno. Nadie se resiste al despotismo del enfermo: los animales domésticos
son eliminados, no se puede fumar en su presencia, etc. En esta tiranía sobre
el entorno, el alérgico encuentra un campo de actividad que le permite
desahogar insensiblemente sus agresiones reprimidas.
El método de la «desensibilización» es bueno en sí, pero,
para obtener buenos resultados, habría que aplicarlo no al plano corporal sino
al psíquico. Porque el alérgico sólo hallará la curación cuando aprenda a
afrontar conscientemente todo aquello que evita y rechaza, y asimilarlo en su conciencia.
Al alérgico no se le hace ningún favor ayudándole en su estrategia defensiva:
él tiene que reconciliarse con sus enemigos, aprender a quererlos. Que los
alergenos ejercen exclusivamente un efecto simbólico y nunca un efecto material
o químico es algo que debe quedar perfectamente claro, incluso para el
materialista más empedernido, cuando comprenda que una alergia, para
manifestarse, necesita el concurso de la mente. Por ejemplo, en la narcosis no
hay alergia, igualmente, durante una psicosis, desaparecen todas las alergias.
A la inversa, incluso la simple imagen, como por ejemplo la fotografía de un
gato o la secuencia de una locomotora que echa humo en una película
desencadenan el ataque en el asmático. La reacción alérgica es absolutamente
independiente de la materia de los alergenos.
La mayoría de los alergenos sugieren
vitalidad: sexualidad, amor, fertilidad, agresividad, suciedad: en todos estos
campos la vida se muestra en su forma más activa. Pero precisamente esta
vitalidad que exige una expresión infunde miedo en el alérgico. Y es que su
actitud es contraria a la vida. Su ideal es una vida estéril, sin gérmenes,
exenta de sensualidad y agresiones: estado que apenas merece el nombre de «vida». Por consiguiente, no sorprende
que en muchos casos las alergias puedan degenerar en autoagresiones que llegan
a ser mortales, en las que el cuerpo de estos individuos, ¡ay!, tan delicados,
libra largas y encarnizadas batallas en las que acaba por sucumbir. Entonces la
resistencia, la autoexclusión, el autoencapsulado alcanza su forma suprema y su
plena realización en el ataúd, cámara exenta de todo alergeno.
ALERGIA = AGRESIVIDAD HECHA MATERIA
El alérgico debe
hacerse las siguientes preguntas:
1.
¿Por qué no asumo mi agresividad con la conciencia en vez de
obligarla a realizar un trabajo corporal?
2.
¿Qué aspectos de la vida me infunden tanto miedo que trato
de evitarlos por todos los medios?
3.
¿A
qué tema apuntan mis alergenos? Sexualidad, instinto, agresividad, procreación,
suciedad, en el sentido del lado oscuro de la vida.
4.
¿En qué medida me sirvo de mi alergia para manipular mi
entorno?
5.
¿Qué hay de mi capacidad de amar, de mi receptividad?